Alrededor de la abuela Maria se encontraban apiñados todos los nietos, con sus caritas visiblemente iluminadas. Yo no sabía muy bien si ese brillo era reflejo de la chimenea que caldeaba la estancia, o por la magia de la Navidad.
Todos mis sobrinos esperaban ansiosos uno de los cuentos de la abuela Maria, pero Manuel estaba callado, con una mirada más triste que de costumbre y no se atrevía a verbalizar las palabras que estos días rondaban en su cabecita.
Pero la abuela, con el poder que otorga traer nueve hijos al mundo, con una sola mirada tuvo suficiente para saber por qué su nieto mayor se sentía tan atribulado.
– ¿Es verdad que no existen? … – balbuceó Manuel, apartando la vista de sus primos.
– Os voy a contar una historia que sucedió hace muchos años… – empezó la abuela María, con una voz profunda, como si despertara de un largo letargo
En una época en la que no había agua corriente, ni tampoco electricidad, vino al mundo un niño al que llamaron Jesus. Sus padres no poseían más que una vieja carreta y un cuartito de aperos en el campo donde se refugiaban en invierno para resguardarse del frío. Las vacas apenas daban leche porque los campos estaban secos debido a la falta de lluvia, y las gallinas no engordaban porque no tenían alimento.
Apenas tenían para comer, pero aquellos padres tenían la esperanza de que el nacimiento de su hijito trajera a su vida la dicha que años atrás había traído al mundo nuestro niño Jesus.
Los vecinos se acercaron a la humilde casa para felicitar a la familia por la buena nueva, con la ilusión de que el nacimiento les ayudara a salir de la tristeza en la que se encontraban inmersos por falta de trabajo.
Cada uno de ellos les obsequió con los mejores manjares de los que disponían.
Juan, el panadero, les entregó una hogaza de pan, para que la madre se alimentara y pudiera amantar al bebé.
Jacinta, tenía abejas, y les ofreció un tarro de dulce miel, para alegrar los desayunos.
Ismael, el carnicero, había matado a su mejor ternero que les permitiría coger fuerzas para pasar el duro invierno.
Incluso Antonio, que tampoco tenía trabajo y vivía de la caridad de sus vecinos, les entregó una manta para calentar al bebé.
María, la madre, no cabía en si de gozo, al descubrir que el cariño y la generosidad de sus vecinos era todo cuanto necesitaba para poder mantener a su hijito bien alimentado a pesar de las dificultades que atravesaban en su vida.
Una vez se quedaron solos, se escucharon de nuevo unos pasos acercándose al cobertizo, pero al abrir la puerta José no encontró más que una carta.
Nervioso se sentó junto a María y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras leía: ”Queridos Jose y Maria.- En cada uno de nosotros existe la magia de la Navidad, solo tenemos que saber encontrarla.
Detrás de cada hogaza de pan que os ha entregado Juan, podréis encontrar el poder sanador del alimento, necesario para fortalecer vuestros ánimos y así encontrar trabajo.
Cada cucharada de la miel de Jacinta, endulzará vuestra vida, la cual dejareis de ver tras el oscuro espejo de la desolación.
La carne de Ismael fortalecerá vuestro músculos, necesarios para el duro trabajo en el campo.
El calor de la manta de Antonio, os permitirá ver la vida desde el cristal de la generosidad, para devolver a los que os rodean el amor que os han profesado con el nacimiento de vuestro hijo.
Cada uno de nosotros somos Reyes Magos, pues desde la generosidad con el prójimo, la humildad en nuestros actos, y la constancia en el trabajo, seremos capaces de adorar cada segundo que nuestro Dios nos ha dado para saborear una vida rica en valores.
Por eso, desde hoy y hasta el final de los tiempos, cada uno de nosotros obsequiaremos a los pequeños con nuestros mejores presentes demostrándoles así que cada una de nuestras acciones en la vida nos es devuelta con creces, para que seamos capaces de vivir con la inocencia de un niño, que no encuentra sino generosidad en las acciones de los que le rodean
Id en paz con vuestro hijito.”
María, visiblemente emocionada supo que desde ese momento El les había encomendado la misión de mantener la magia de la Navidad, con buenas acciones y una actitud generosa con los demás.
Porque, existir existieron, y hoy, cada uno de nosotros tenemos la misión de continuar con su legado.
Es la magia de la Navidad en el presente, queridos nietos, y no tiene nada que ver con los regalos y los juguetes, sino con nuestras acciones y la actitud con los demás. Porque cada uno de nosotros nos convertimos en Magos al crecer.
Manuel miraba a su abuela con admiración, porque siempre sabía encontrar una explicación cuando su cabecita no dejaba de dar vueltas en asuntos que le preocupaban. Hoy sabía que le había llegado el momento y pasaba a convertirse en el Rey Mago de sus primos menores.
Que la magia de la Navidad siga presente en nuestros días, a pesar del ruido que nos rodea.